miércoles, 22 de diciembre de 2010

Feliz Navidad


Ya era tarde, las doce de la noche del veinticuatro de diciembre, para ser exactos. Acababa de empezar la Navidad. Pero no para el viejo Enrique. La guerra le había dejado solo, sin familia. Ellos estaban en un mal sitio, en el momento equivocado, cuando el ejército de Franco lanzó una bomba.
Y allí, en su sillón, en 1960, Enrique, con 79 inviernos encima y con una copa de anís en la mano, se debatía entre si irse a la cama o quedarse un poco más, con la esperanza de que este año se pudiera ir con su familia. Pero, al pasar unos minutos, el anciano posó la copa de anís aun medio vacía en la mesa, se levanto de su sofá y se fue caminando por el largo pasillo hacia su ancha cama. Besó el lado de la cama donde hace menos de treinta años estuvo acostada su mujer, encendió la radio y la puso debajo de su almohada. 
En la radio estaban felicitando las fiestas a la gente. Todo era felicidad, salvo para Enrique, que estaba triste por la ausencia de su familia. Justo cuando se estaba quedando dormido, la radio comenzó a emitir sonidos raros. La voz se entrecortaba y a penas se distinguían las palabras. De repente se dejó de escuchar. 
- Genial. Ahora se me ha roto la radio. Feliz Navidad...
Aunque le costó, se quedó dormido después de dar varias vueltas en la cama. 
Al día siguiente se despertó por la luz que entraba por la ventana. Se despertó de mal humor, ya que también se había roto la persiana y, por eso, entraban rayos de Sol. Caminó hacia la cocina para tomarse el café de las mañanas, pero el café del bueno, ese que sólo tomaba en Navidad. 
Pero, al pasar por el salón, vio una caja envuelta en papel de regalo con una nota encima. Se acercó a ella y leyó la nota:
"Para que sigas con tus costumbres. Feliz Navidad".
Sorprendido, abrió rápido el paquete, igual de rápido que lo hubiera hecho un niño de cinco años. Era una radio. Miró para los lados, para comprobar si había alguien en la casa. Y no. Estaba solo. Su mirada fue a parar a la copa de anís que había dejado la noche anterior, y, para su sorpresa, estaba vacía. La volvió a llenar y bebió la mitad, dejándola medio llena.
Inconscientemente pensó en sus viejos amigos, con los que una vez por semana se reunía durante dos horas en el bar de la esquina para jugar a las cartas. A lo mejor les gustaría pasar el día de Navidad juntos. A lo mejor Enrique ya no estaba tan solo.

3 comentarios:

Ojosnegros dijo...

Me ha emocionado la entrada.
Muchos besos.
Menos mal que el final de la historia abre un rayito de sol para Enrique.
Muchos besos y toda la felicidad para ti.

condado dijo...

Mierda de navidad, navidad... Pásalo bien a pesar de todo

Candela dijo...

Estupendo cuento de navidad.
kisses.