viernes, 31 de diciembre de 2010

Cinco minutos más

Sólo déjame un poquito más, con cinco minutos me bastan, sólo para afirmarme en que este año fue más importante que los demás. Aunque, para que nos vamos a mentir, el año que viene te pediré lo mismo, ya que será igual o mejor.


Si, me ha gustado el 2010. Me da un poco de pena dejarlo, ya que dentro de a penas once horas, sólo quedará su recuerdo. Pero aún así sigue siendo bonito ver entrar algo nuevo, algo en lo que podamos confiar y decir: "Este año si". Y, aunque no cumplamos todo lo prometido, siempre tendremos la esperanza de que, para el año siguiente, hagamos todo lo que nunca hicimos. Y así año tras año.


Me ha gustado el 2010. Me ha gustado mucho. Y, a donde quiera que vaya a parar, le daré las gracias por todo. A lo mejor algún día de estos podremos viajar al pasado y así poder vivir lo ocurrido. Pero no es una despedida triste, si no, no seguiría en mi línea. 


Me gusta que se acabe un año, y me gusta que empiece otro nuevo.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Feliz Navidad


Ya era tarde, las doce de la noche del veinticuatro de diciembre, para ser exactos. Acababa de empezar la Navidad. Pero no para el viejo Enrique. La guerra le había dejado solo, sin familia. Ellos estaban en un mal sitio, en el momento equivocado, cuando el ejército de Franco lanzó una bomba.
Y allí, en su sillón, en 1960, Enrique, con 79 inviernos encima y con una copa de anís en la mano, se debatía entre si irse a la cama o quedarse un poco más, con la esperanza de que este año se pudiera ir con su familia. Pero, al pasar unos minutos, el anciano posó la copa de anís aun medio vacía en la mesa, se levanto de su sofá y se fue caminando por el largo pasillo hacia su ancha cama. Besó el lado de la cama donde hace menos de treinta años estuvo acostada su mujer, encendió la radio y la puso debajo de su almohada. 
En la radio estaban felicitando las fiestas a la gente. Todo era felicidad, salvo para Enrique, que estaba triste por la ausencia de su familia. Justo cuando se estaba quedando dormido, la radio comenzó a emitir sonidos raros. La voz se entrecortaba y a penas se distinguían las palabras. De repente se dejó de escuchar. 
- Genial. Ahora se me ha roto la radio. Feliz Navidad...
Aunque le costó, se quedó dormido después de dar varias vueltas en la cama. 
Al día siguiente se despertó por la luz que entraba por la ventana. Se despertó de mal humor, ya que también se había roto la persiana y, por eso, entraban rayos de Sol. Caminó hacia la cocina para tomarse el café de las mañanas, pero el café del bueno, ese que sólo tomaba en Navidad. 
Pero, al pasar por el salón, vio una caja envuelta en papel de regalo con una nota encima. Se acercó a ella y leyó la nota:
"Para que sigas con tus costumbres. Feliz Navidad".
Sorprendido, abrió rápido el paquete, igual de rápido que lo hubiera hecho un niño de cinco años. Era una radio. Miró para los lados, para comprobar si había alguien en la casa. Y no. Estaba solo. Su mirada fue a parar a la copa de anís que había dejado la noche anterior, y, para su sorpresa, estaba vacía. La volvió a llenar y bebió la mitad, dejándola medio llena.
Inconscientemente pensó en sus viejos amigos, con los que una vez por semana se reunía durante dos horas en el bar de la esquina para jugar a las cartas. A lo mejor les gustaría pasar el día de Navidad juntos. A lo mejor Enrique ya no estaba tan solo.