sábado, 31 de julio de 2010

fin de existencias de aire o lo que provoca la falta de aire

Como cada día, Él comía con su familia y se reían lo que el calor les permitía. Ese día no había aire. No apetecía ni comer. Y, al acabar, Él se levantó de la mesa y dejó el plato con los restos encima de la cocina y se fue con un: "Con permiso...". Y, al llegar a su destino (la piscina, le hubiera gustado a él), escucha una voz, un tanto familiar pero que a la vez inspiraba temor y desconfianza: su padre estaba diciendo su nombre con intención de hacerle aparecer ante sus ojos.
Como buen hijo, Él se dirigió hacia la cocina y esperó las órdenes de su "amado" padre. Éste le ordenó: "Tira eso. Nadie tiene porque tirar tus restos a la basura". A lo que Él, mientras "tiraba sus restos a la basura", respondió: "Prefiero que me incineren...".

jueves, 8 de julio de 2010

Rayos, truenos, relámpagos y centellas.


Todos los veranos ocurre lo mismo. Calor, tormenta, calor, tormenta...
Las hormigas voladoras llevaban días anunciando la llegada de la tormenta que descargaría la noche del ocho de julio del 2010 en la zona sur de la provincia de Pontevedra. 
Y yo, pobre de mí, que después de haber pasado un día en remojo en la piscina, había llegado a casa justo a tiempo de ver el partido de la selección contra Alemania. Gol de los rizos de Puyol, bien. 
Al acabar el partido, me di una ducha para relajarme y a continuación me tumbé en mi cama a leer un rato, a ver si me entraba el sueño. Dos capítulos, no está nada mal. Unas cuarenta hojas. Perfecto. Y caí rendido encima de mi almohada, olvidando cerrar la ventana. 
Y así me desperté, entre rayos y truenos. Así que me levanté un poco furioso a cerrar la ventana a cal y a canto para que no me convirtiese en el hombre relámpago. No sabía que hora era hasta que, tiempo después, "radio-abuela", en su informé matinal, comunicó que la tronada se había producido sobre las siete y media de la mañana. 
Y esto me da que pensar: las hormigas deben de ser alemanas.

lunes, 5 de julio de 2010

Siete

Han pasado siete días desde que empezcé mis vacaciones. Siete días con sus siete noches. Noches de calor en las que me encantaría tirarme por la ventana, si tuviera una piscina debajo, por supuesto. Siete días en los que me ha dado tiempo a ordenar (y desordenar) mi habitación, en los que he podido comprender que la selección tiene más suerte que otra cosa, en los que me he demostrado a mi mismo que lo que uno se propone, se consigue. También siete tardes en la playa, en la piscina o en la ducha; en definitiva, en el agua. Siete mañanas despertándome tarde (y sintiendo las consecuencias de ello). Siete comidas, siete cenas, siete meriendas, siete desayunos, siete helados, siete películas, siete canciones, siete frases, siete palabras, siete letras, siete silencios.

(Si las contáis, este texto tiene siete frases. Absténganse astigmáticos)