No, otra vez no... Es sabido que un bebé nace con los dientes de leche. Y que un adulto tiene los dientes definitivos. Pero... ¿qué ocurre cuando uno es joven y está en la frontera? ¿Es necesario que convivan los dientes de leche con los definitivos... en este caso la temida "muela del juicio"? Si, señoras y señores. En mi boca conviven, malamente, un premolar de leche al que espero perder pronto de vista y una muela del juicio que aún se está instalando. ¡Aún no ha traído ni las maletas! Pero fastidiar... fastidia un rato.
Aunque, también puede ser, que el habitante del fondo solamente este avisando de que en un futuro (probablemente no muy lejano) se quede a vivir definitivamente en mi casa (hasta que las manos del dentista lo arranquen de cuajo haciéndome soltar no una, si no dos lágrimas por cada inquilino).
Y aquí entramos en el tema del dentista. Esa persona que, cuanto más alejada tengas, mejor. No es como el típico camarero del típico bar al que acudes siempre y al que le cuentas tus penas acompañándote de una cerveza o lo que es peor (por lo menos para mi): un "chupito".
Y ya he tenido la experiencia de que me hayan hecho desaparecer (no como por arte de magia, porque ésta no se nota) un premolar que me causaba... como decirlo... hambre. Y creedme, no lo quiero volver a repetir. Ese olor a plástico que proviene de los guantes que cubren sus manos, ese aliento que sale de esa boca tan asquerosamente sana con esa sonrisa profident... Y luego está el momento del pinchazo. Esa aguja que, para ti, mide más de dos metros pero él te tranquiliza diciendo: "Es un pinchacito de nada". Porque, también cabe decir, que el spray que te echan antes de "el momento", no sirve para nada. Y bueno, una vez anestesiada toda la encía, te toca y te dice: <<¿Sientes algo?>> Y tú, para acabar con todo esto le contestas rápidamente con un movimiento negativo de la cabeza.
Y allí comienza todo. Intentas cerrar los ojos, pero eso no sirve de nada. Parece que hay un imán que te obliga a abrirlos. Saca sus pinzas y esos aparatos que no sabes para que sirven y te mueve el diente cuidadosamente (según él). Después del "baile", notas en la lengua el asqueroso sabor de la sangre y abres los ojos esperando ver a la víctima del asesinato. La enfermera te trae un vaso de agua, bebes y escupes en esa especie de lavabo en miniatura que tienen. Piensas que todo ha acabado... Pero no es así.
Habías ido al dentista para que te saquen de una vez la muela y para que puedas volver a comer en paz. Pero no... no es así. Ese día te tienes que aguantar y tienes que fastidiarte con la maldita anestesia que te puso ese maldito doctor ese maldito día. Y no puedes comer.