jueves, 29 de abril de 2010

Conviviendo


No, otra vez no... Es sabido que un bebé nace con los dientes de leche. Y que un adulto tiene los dientes definitivos. Pero... ¿qué ocurre cuando uno es joven y está en la frontera? ¿Es necesario que convivan los dientes de leche con los definitivos... en este caso la temida "muela del juicio"? Si, señoras y señores. En mi boca conviven, malamente, un premolar de leche al que espero perder pronto de vista y una muela del juicio que aún se está instalando. ¡Aún no ha traído ni las maletas! Pero fastidiar... fastidia un rato.
Aunque, también puede ser, que el habitante del fondo solamente este avisando de que en un futuro (probablemente no muy lejano) se quede a vivir definitivamente en mi casa (hasta que las manos del dentista lo arranquen de cuajo haciéndome soltar no una, si no dos lágrimas por cada inquilino).
Y aquí entramos en el tema del dentista. Esa persona que, cuanto más alejada tengas, mejor. No es como el típico camarero del típico bar al que acudes siempre y al que le cuentas tus penas acompañándote de una cerveza o lo que es peor (por lo menos para mi): un "chupito".
Y ya he tenido la experiencia de que me hayan hecho desaparecer (no como por arte de magia, porque ésta no se nota) un premolar que me causaba... como decirlo... hambre. Y creedme, no lo quiero volver a repetir. Ese olor a plástico que proviene de los guantes que cubren sus manos, ese aliento que sale de esa boca tan asquerosamente sana con esa sonrisa profident... Y luego está el momento del pinchazo. Esa aguja que, para ti, mide más de dos metros pero él te tranquiliza diciendo: "Es un pinchacito de nada". Porque, también cabe decir, que el spray que te echan antes de "el momento", no sirve para nada. Y bueno, una vez anestesiada toda la encía, te toca y te dice: <<¿Sientes algo?>> Y tú, para acabar con todo esto le contestas rápidamente con un movimiento negativo de la cabeza.
Y allí comienza todo. Intentas cerrar los ojos, pero eso no sirve de nada. Parece que hay un imán que te obliga a abrirlos. Saca sus pinzas y esos aparatos que no sabes para que sirven y te mueve el diente cuidadosamente (según él). Después del "baile", notas en la lengua el asqueroso sabor de la sangre y abres los ojos esperando ver a la víctima del asesinato. La enfermera te trae un vaso de agua, bebes y escupes en esa especie de lavabo en miniatura que tienen. Piensas que todo ha acabado... Pero no es así.
Habías ido al dentista para que te saquen de una vez la muela y para que puedas volver a comer en paz. Pero no... no es así. Ese día te tienes que aguantar y tienes que fastidiarte con la maldita anestesia que te puso ese maldito doctor ese maldito día. Y no puedes comer.

domingo, 25 de abril de 2010

La Familia Pomodoro - Mujer Feminista

- Nos veremos en el infierno -gritó Norma Montenapoleone antes de disparar, en signo de despedida.
- Después de ti -advirtió Andrea Pomodoro al ver que, la que un día había sido su amiga, le estaba apuntando con un revólver.

viernes, 23 de abril de 2010

La Familia Pomodoro - Bárbaros

O tema "Bárbaros" da película de Walt Disney, Pocahontas, dá lugar ó tema principal desta primeira mediametraxe producida por Gato Negro Pictures. Tan so é un pequeno adianto desta película que, sen dúbida, é a que máis expectación ten provocado en moito tempo. Moitas grazas. Aquí vos queda. Miau.
E estade atentos, mañá subirei outra pequena escena da película.
"Teaser-Tráiler", chámase.

viernes, 16 de abril de 2010

El baúl de las Maravillas - I


Cuando Max, atormentado por la reciente noticia (su abuelo había muerto después de una larga enfermedad que le había consumido durante los últimos dos años), subió al ático, no se esperaba encontrar un baúl polvoriento.
Hacía muchísimo tiempo que Max no subía al ático de su casa. Exactamente, hace dos años, cuando se enteró de la enfermedad de su abuelo. En cierto modo, este era su refugio. El lugar al que acudía cuando recibía una mala noticia.
Max se acercaba sigilosamente (a pesar del chirrido de la madera bajo sus pies) hacia el baúl. Cogió un viejo trapo y le quitó el polvo lentamente para no mancharse.
Gracias a la limpieza, en la tapa se podía ver un escudo: los ojos de un gato. Daba miedo. Un escalofrío recorrió la piel del pequeño muchacho. Esto tenía mala pinta. Pero, al igual que un gato, a Max le podía la curiosidad.
Quitó el candado que cerraba el baúl y abrió la tapa. Para su sorpresa, no había nada dentro. Miró por el lado contrario de la tapa y tampoco halló nada. Pero, al meter la cabeza dentro intentando encontrar un pequeño escondite, su cuerpo cayó dentro sumergiéndolo en una espiral de caos, temor y adrenalina.
Hasta que despertó en su cama. Se levantó y corrió hacia el salón. Su madre lloraba desconsoladamente. Estaba repitiendo el mismo día: el día en que su abuelo murió.